Tengo que hacer una confesión, Desde el Más Allá
(From Beyond) fue el primer relato que leí de Lovecraft y gracias a el
empecé a interesarme por la cosmología de los Mitos de Cthulhu.
Siempre me ha fascinado la idea de que nuestra percepción de la realidad
está claramente limitada por los sentidos, esos órganos sensoriales
imperfectos, que no nos permiten otear más allá del velo que separa
nuestro mundo de aquellos donde habitan los dioses. Pero a veces
existen "cismas", quiebres en los planos, rendija por donde los hombres a través de cánticos rituales, determinadas sustancias e incluso
artefactos o máquinas extrañas, logran expandir sus
conciencia para dar paso a esos otros mundos cuya existencia ignoramos. Presenciando así, los prodigios y horrores que están detrás de aquellas
barreras de la percepción. Llevando a esos exploradores
muchas veces a la locura, a la muerte e incluso a un destino aún peor.
Desde el más allá (From Beyond) es un cuento escrito
por el maestro HP Lovecraft . Fue escrito en 1920 y recién fue publicado
por primera vez en The Fan Fantasy en junio de 1934.
La historia es contada como siempre desde primera persona y trata sobre
los experimentos de un científico llamado Crawford Tillinghast, que crea
un dispositivo electrónico que emite una resonancia de onda, que
estimula a las personas afectadas su glándula pineal, permitiéndole
perciben planos de la existencia fuera del ámbito de aplicación de la
realidad aceptada. Al ser afectado el narrador por tales ondas, empieza a
percibir un extraño plano de realidad que se superpone con el nuestro
en donde habitan seres que escapan a cualquier descripción.
Este relato tuvo una adaptación al cine de mano del
director Stuart Gordon, un asiduo a llevar las obras de Lovecraft a la
pantalla, en las que encontramos film como la aclamada Re-Animator y
entre otros como Castle Freak, Dagon y algunos episodios de la serie
Masters of Horror, con son Dreams in the Witch-House y Black Cat.
En el caso de From Beyond que en España se llamó Re-sonator del año
1986, fue protagonizada por Jeffrey Combs el actor que hizo de Herbert
West en Re-animator en el papel de Crawford Tillinghast, también a
Barbara Crampton como la Doctora Katherine McMichaels y Ken Foree como
Buford 'Bubba' Brownlee. Aunque toma la gran mayoría de los elementos
del relato original que los desarrolla en los primeros minutos del film,
está película dista del relato, ya que continúa la historia por unos
caminos muy derroteros alejándose a zancadas de la obra de Lovecraft,
siendo un claro ejemplo del cine ochentero donde el gore y los desnudos
gratuitos estaban a la orden del día.
Bueno aquí les dejo el relato integro y un clip de la versión cinematográfica.
Desde el Más Allá.
From beyond, H.P. Lovecraft (1890-1937)
Inconcebiblemente
espantoso era el cambio que se había operado en Crawford Tillinghast,
mi mejor amigo. No le había visto desde el día —dos meses y medio antes—
en que me Contó hacia dónde se orientaban sus investigaciones físicas y
matemáticas. Cuando respondió a mis temerosas y casi asustadas
reconvenciones echándome de su laboratorio y de su casa en una explosión
de fanática ira, supe que en adelante permanecería la mayor parte de su
tiempo encerrado en el laboratorio del ático, con aquella maldita
máquina eléctrica, comiendo poco y prohibiendo la entrada incluso a los
criados; pero no creí que un breve período de diez semanas pudiera
alterar de ese modo a una criatura humana. No es agradable ver a un
hombre fornido quedarse flaco de repente, y menos aún cuando se le
vuelven amarillentas o grises las bolsas de la piel, se le hunden los
ojos, se le ponen ojerosos y extrañamente relucientes, se le arruga la
frente y se le cubre de venas, y le tiemblan y se le crispan las manos. Y
si a eso se añade una repugnante falta de aseo, un completo desaliño en
la ropa, una negra pelambrera que comienza a encanecer por la raíz, y
una barba blanca crecida en un rostro en otro tiempo afeitado, el efecto
general resulta horroroso. Pero ese era el aspecto de Crawford
Tillinghast la noche en que su casi incoherente mensaje me llevó a su
puerta, después de mis semanas de exilio; ese fue el espectro que me
abrió temblando, vela en mano, y miró furtivamente por encima del hombro
como temeroso de los seres invisibles de la casa vieja y solitaria,
retirada de la línea de edificios que formaban Benevolent Street.
Fue
un error que Crawford Tillinghast se dedicara al estudio de la ciencia y
la filosofía. Estas materias deben dejarse para el investigador frío e
impersonal, ya que ofrecen dos alternativas igualmente trágicas al
hombre de sensibilidad y de acción: la desesperación, si fracasa en sus
investigaciones, y el terror inexpresable e inimaginable, si triunfa.
Tillinghast había sido una vez víctima del fracaso, solitario y
melancólico; pero ahora comprendí, con angustiado temor, que era víctima
del éxito. Efectivamente, se lo había advertido diez semanas antes,
cuando me espetó la historia de lo que presentía que estaba a punto de
descubrir. Entonces se excitó y se congestionó, hablando con voz aguda y
afectada, aunque siempre pedante.
-¿Qué sabemos nosotros —había
dicho— del mundo y del universo que nos rodea? Nuestros medios de
percepción son absurdamente escasos, y nuestra noción de los objetos que
nos rodean infinitamente estrecha. Vemos las cosas sólo según la
estructura de los órganos con que las percibimos, y no podemos formarnos
una idea de su naturaleza absoluta. Pretendemos abarcar el cosmos
complejo e ilimitado con cinco débiles sentidos, cuando otros seres
dotados de una gama de sentidos más amplia y vigorosa, o simplemente
diferente, podrían no sólo ver de manera muy distinta las cosas que
nosotros vemos, sino que podrían percibir y estudiar mundos enteros de
materia, de energía y de vida que se encuentran al alcance de la mano,
aunque son imperceptibles a nuestros sentidos actuales.
Siempre
he estado convencido de que esos mundos extraños e inaccesibles están
muy cerca de nosotros; y ahora creo que he descubierto un medio de
traspasar la barrera. No bromeo. Dentro de veinticuatro horas, esa
máquina que tengo junto a la mesa generará ondas que actuarán sobre
determinados órganos sensoriales existentes en nosotros en estado
rudimentario o de atrofia. Esas ondas nos abrirán numerosas perspectivas
ignoradas por el hombre, algunas de las cuales son desconocidas para
todo lo que consideramos vida orgánica. Veremos lo que hace aullar a los
perros por las noches, y enderezar las orejas a los gatos después de
las doce. Veremos esas cosas, y otras que jamás ha visto hasta ahora
ninguna criatura. Traspondremos el espacio, el tiempo, y las
dimensiones; y sin desplazamiento corporal alguno, nos asomaremos al
fondo de la creación.
Cuando oí a Tillinghast decir estas cosas,
le amonesté; porque le conocía lo bastante como para sentirme asustado,
más que divertido; pero era un fanático, y me echó de su casa. Ahora no
se mostraba menos fanático; aunque su deseo de hablar se había impuesto a
su resentimiento y me había escrito imperativamente, con una letra que
apenas reconocía. Al entrar en la morada del amigo tan súbitamente
metamorfoseado en gárgola temblorosa, me sentí contagiado del terror que
parecía acechar en todas las sombras. Las palabras y convicciones
manifestadas diez semanas antes parecían haberse materializado en la
oscuridad que reinaba más allá del círculo de luz de la vela, y
experimenté un sobresalto al oír la voz cavernosa y alterada de mi
anfitrión. Deseé tener cerca a los criados, y no me gustó cuando dijo
que se habían marchado todos hacía tres días. Era extraño que el viejo
Gregory, al menos, hubiese dejado a su señor sin decírselo a un amigo
fiel como yo. Era él quien me había tenido al corriente sobre
Tillinghast desde que me echara furiosamente.
Sin embargo, no
tardé en subordinar todos los temores a mi creciente curiosidad y
fascinación. No sabía exactamente qué quería Crawford Tillinghast ahora
de mí, pero no dudaba que tenía algún prodigioso secreto o
descubrimiento que comunicarme. Antes, le había censurado sus anormales
incursiones en lo inconcebible; ahora que había triunfado de algún modo,
casi compartía su estado de ánimo, aunque era terrible el precio de la
victoria. Le seguí escaleras arriba por la vacía oscuridad de la casa,
tras la llama vacilante de la vela que sostenía la mano de esta
temblorosa parodia de hombre. Al parecer, estaba desconectada la
corriente; y al preguntárselo a mi guía, dijo que era por un motivo
concreto.
—Sería demasiado... no me atrevería —prosiguió murmurando.
Observé
especialmente su nueva costumbre de murmurar, ya que no era propio de
él hablar consigo mismo. Entramos en el laboratorio del ático, y vi la
detestable máquina eléctrica brillando con una apagada y siniestra
luminosidad violácea. Estaba conectada a una potente batería química;
pero no recibía ninguna corriente, porque recordaba que, en su fase
experimental, chisporroteaba y zumbaba cuando estaba en funcionamiento.
En respuesta a mi pregunta, Tillinghast murmuró que aquel resplandor
permanente no era eléctrico en el sentido que yo lo entendía. A
continuación me sentó cerca de la máquina, de forma que quedaba a mi
derecha, y conectó un conmutador que había debajo de un -enjambre de
lámparas. Empezaron los acostumbrados chisporroteos, se convirtieron en
rumor, y finalmente en un zumbido tan tenue que daba la impresión de que
había vuelto a quedar en silencio. Entre tanto, la luminosidad había
aumentado, disminuido otra vez, y adquirido una pálida y extraña
coloración —o mezcla de colores— imposible de definir ni describir.
Tillinghast había estado observándome, y notó mi expresión
desconcertada.
—¿Sabes qué es eso? —susurró— ¡rayos ultravioleta!
—rió de forma extraña ante mi sorpresa—. Tú creías que eran invisibles;
y lo son, pero ahora pueden verse, igual que muchas otras cosas
invisibles también. ¡Escucha! Las ondas de este aparato están
despertando los mil sentidos aletargados que hay en nosotros; sentidos
que heredamos durante los evos de evolución que median del estado de los
electrones inconexos al estado de humanidad orgánica. Yo he visto la
verdad, y me propongo enseñártela. ¿Te gustaría saber cómo es? Pues te
lo diré —aquí Tillinghast se sentó frente a mí, apagó la vela de un
soplo, y me miró fijamente a los ojos-. Tus órganos sensoriales, creo
que los oídos en primer lugar, captarán muchas de las impresiones, ya
que están estrechamente conectados con los órganos aletargados. Luego lo
harán los demás. ¿Has oído hablar de la glándula pineal? Me río de los
superficiales endocrinólogos, colegas de los embaucadores y advenedizos
freudianos. Esa glándula es el principal de los órganos sensoriales...
yo lo he descubierto. Al final es como la visión, transmitiendo
representaciones visuales al cerebro. Si eres normal, esa es la forma en
que debes captarlo casi todo... Me refiero a casi todo el testimonio
del más allá.
Miré la inmensa habitación del ático, con su pared
sur inclinada, vagamente iluminada por los rayos que los ojos ordinarios
son incapaces de captar. Los rincones estaban sumidos en sombras, y
toda la estancia había adquirido una brumosa irrealidad que emborronaba
su naturaleza e invitaba a la imaginación a volar y fantasear. Durante
el rato que Tillinghast estuvo en silencio, me imaginé en medio de un
templo enorme e increíble de dioses largo tiempo desaparecidos; de un
vago edificio con innumerables columnas de negra piedra que se elevaban
desde un suelo de losas húmedas hacia unas alturas brumosas que la vista
no alcanzaba a determinar. la representación fue muy vívida durante un
rato; pero gradualmente fue dando paso a una concepción más horrible: la
de una absoluta y completa soledad en el espacio infinito, donde no
había visiones ni sensaciones sonoras. Era como un vacío, nada más; y
sentí un miedo infantil que me impulsó a sacarme del bolsillo el
revólver que de noche siempre llevo encima, desde la vez que me
asaltaron en East Providence. Luego, de las regiones más remotas, el
ruido fue cobrando suavemente realidad. Era muy débil, sutilmente
vibrante, inequívocamente musical; pero tenía tal calidad de
incomparable frenesí, que sentí su impacto como una delicada tortura por
todo mi cuerpo. Experimenté la sensación que nos, produce el arañazo
fortuito sobre un cristal esmerilado. Simultáneamente, noté algo así
como una corriente de aire frío que pasó junto a mí, al parecer en
dirección al ruido distante. Aguardé con el aliento contenido, y percibí
que el ruido y el viento iban en aumento, produciéndome la extraña
impresión de que me encontraba atado a unos raíles por los que se
acercaba una gigantesca locomotora. Empecé a hablarle a Tillinghast, e
instantánea¬mente se disiparon todas estas inusitadas impresiones. Volví
a ver al hombre, las máquinas brillantes y la habitación a oscuras.
Tillinghast sonrió repulsivamente al ver el revólver que yo había sacado
casi de manera inconsciente; pero por su expresión, comprendí que había
visto y oído lo mismo que yo, si no más. Le conté en voz baja lo que
había experimentado, y me pidió que me estuviese lo más quieto y
receptivo posible.
—No te muevas —me advirtió—, porque con estos
rayos pueden vernos, del mismo modo que nosotros podemos ver. Te he
dicho que los criados se han ido, aunque no te he contado cómo. Fue por
culpa de esa estúpida ama de llaves; encendió las luces de abajo,
después de advertirle yo que no lo hiciera, y los hilos captaron
vibraciones simpáticas. Debió de ser espantoso; pude oír los gritos
desde aquí, a pesar de que estaba pendiente de lo que veía y oía en otra
dirección; más tarde, me quedé horrorizado al descubrir montones de
ropa vacía por toda la casa. Las ropas .de la señora Updike estaban en
el vestíbulo, junto a la llave de la luz... por eso sé que fue ella
quien encendió. Pero mientras no nos movamos, no correremos peligro.
Recuerda que nos enfrentamos con un mundo terrible en el que estamos
prácticamente desamparados... ¡No te muevas!
El impacto combinado
de la revelación y la brusca orden me produjo una especie de parálisis;
y en el terror, mi mente se abrió otra vez a las impresiones
procedentes de lo que Tillinghast llamaba «desde el más allá». Me
encontraba ahora en un vórtice de ruido y movimiento acompañados de
confusas representaciones visuales. Veía los contornos borrosos de la
habitación; pero de algún punto del espacio parecía brotar una hirviente
columna de nubes o formas imposibles de identificar que traspasaban el
sólido techo por encima de mí, a mi derecha. Luego volví a tener la
impresión de que estaba en un templo; pero esta vez los pilares llegaban
hasta un océano aéreo de luz, del que descendía un rayo cegador a lo
largo de la brumosa columna que antes había visto. Después, la escena se
volvió casi enteramente calidoscópica; y en la mezcolanza de imágenes
sonidos e impresiones sensoriales inidentificables, sentí que estaba a
punto de disolverme o de perder, de alguna manera, mi forma sólida.
Siempre recordaré una visión deslumbrante y fugaz. Por un instante, me
pareció ver un trozo de extraño cielo nocturno poblado de esferas
brillantes que giraban sobre sí; y mientras desaparecía, vi que los
soles resplandecientes componían una constelación o galaxia de trazado
bien definido; dicho trazado correspondía al rostro distorsionado de
Crawford Tillinghast. Un momento después, sentí pasar unos seres enormes
y animados, unas veces rozándome y otras caminando o deslizándose sobre
mi cuerpo supuestamente sólido, y me pareció que Tillinghast los
observaba como si sus sentidos, más avezados pudieran captarlos
visualmente. Recordé lo que había dicho de la glándula pineal, y me
pregunte qué estaría viendo con ese ojo preternatural.
De pronto,
me di cuenta de que yo también poseía una especie de visión aumentada.
Por encima del caos de luces y sombras se alzó una escena que, aunque
vaga, estaba dotada de solidez y estabilidad. Era en cierto modo
familiar, ya que lo inusitado se superponía al escenario terrestre
habitual a la manera como la escena cinematográfica se proyecta sobre el
telón pintado de un teatro. Vi el laboratorio del ático, la máquina
eléctrica, y la poco agraciada figura de Tillinghast enfrente de mí;
pero no había vacía la más mínima fracción del espacio que separaba
todos estos objetos familiares. Un sinfín de formas indescriptibles,
vivas o no, se mezclaban entremedias en repugnante confusión; y junto a
cada objeto conocido, se movían mundos enteros y entidades extrañas y
desconocidas. Asimismo, parecía que las cosas cotidianas entraban en la
composición de otras desconocidas, y viceversa. Sobre todo, entre las
entidades vivas había negrísimas y gelatinosas monstruosidades que
temblaban fláccidas en armonía con las vibraciones procedentes de la
máquina. Estaban presentes en repugnante profusión, y para horror mío,
descubrí que se superponían, que eran semifluidas y capaces de
interpenetrarse mutuamente y de atravesar lo que conocemos como cuerpos
sólidos. No estaban nunca quietas, sino que parecían moverse con algún
propósito maligno.. A veces, se devoraban unas a otras, lanzándose la
atacante sobre la víctima y eliminándola instantáneamente de la vista.
Comprendí, con un estremecimiento, que era lo que había hecho
desaparecer a la desventurada servidumbre, y ya no fui capaz de apartar
dichas entidades del pensamiento, mientras intentaba captar nuevos
detalles de este mundo recientemente visible que tenemos a nuestro
alrededor. Pero Tillinghast me había estado observando, y decía algo.
—¿Los
ves? ¿Los ves? ¡Ves a esos seres que flotan y aletean en torno tuyo, y a
través de ti, a cada instante de tu vida? ¿Ves las criaturas que
pueblan lo que los hombres llaman el aire puro y el cielo azul? ¿No he
conseguido romper la barrera, no te he mostrado mundos que ningún hombre
vivo ha visto? —oí que gritaba a través del caos; y vi su rostro
insultantemente cerca del mío. Sus ojos eran dos pozos llameantes que me
miraban con lo que ahora sé que era un odio infinito. La máquina
zumbaba de manera detestable.
—¿Crees que fueron esos seres que se
contorsionan torpemente los que aniquilaron a los criados? ¡Imbécil,
esos son inofensivos! Pero los criados han desaparecido, ¿no es verdad?
Tú trataste de detenerme; me desalentabas cuando necesitaba hasta la más
pequeña migaja de aliento; te asustaba enfrentarte a la verdad cósmica,
condenado cobarde; ¡pero ahora te tengo a mi merced! ¿Qué fue lo que
aniquiló a los criados? ¿Qué fue lo que les hizo dar aquellos gritos?...
¡No lo sabes, verdad? Pero en seguida lo vas a saber. Mírame; escucha
lo que voy a decirte. ¿Crees que tienen realidad las nociones de
espacio, de tiempo y de magnitud? ¿Supones que existen cosas tales como
la forma y la materia? Pues yo te digo que he alcanzado profundidades
que tu reducido cerebro no es capaz de imaginar. Me he asomado más allá
de los confines del infinito y he invocado a los demonios de las
estrellas... He cabalgado sobre las sombras que van de mundo en mundo
sembrando la muerte y la locura... Soy dueño del espacio, ¿me oyes?, y
ahora hay entidades que me buscan, seres que devoran y disuelven; pero
sé la forma de eludirías. Es a ti a quien cogerán, como cogieron a los
criados... ¿se remueve el señor? Te he dicho ya que es peligroso
moverse; te he salvado antes al advertirte que permanecieras inmóvil.., a
fin de que vieses más cosas y escuchases lo que tengo que decir. Si te
hubieses movido, hace rato que se habrían arrojado sobre ti. No te
preocupes; no hacen daño. Como no se lo hicieron a los criados: fue el
verlos lo que les hizo gritar de aquella forma a los pobres diablos. No
son agraciados, mis animales favoritos. Vienen de un lugar cuyos cánones
de belleza son... muy distintos. La desintegración es totalmente
indolora, te lo aseguro; pero quiero que los veas. Yo estuve a punto de
verlos, pero supe detener la visión. ¿No sientes curiosidad? Siempre he
sabido que no eras científico. Estás temblando, ¿eh? Temblando de
ansiedad por ver las últimas entidades que he logrado descubrir. ¿Por
qué no te mueves, entonces? ¿Estás cansado? Bueno, no te preocupes,
amigo mío, porque ya vienen... Mira, mira, maldito; mira... ahí, en tu
hombro izquierdo.
Lo que queda por contar es muy breve, y quizá
lo sepáis ya por las notas aparecidas en los periódicos. La policía oyó
un disparo en la casa de Tillingbast y nos encontró allí a los dos: a
Tillinghast muerto, y a mí inconsciente. Me detuvieron porque tenía el
revólver en la mano; pero me soltaron tres horas después, al descubrir
que había sido un ataque de apoplejía lo que había acabado con la vida
de Tillinghast, y comprobar que había dirigido el disparo contra la
dañina máquina que ahora yacía inservible en el suelo del laboratorio.
No dije nada sobre lo que había visto, por temor a que el forense se
mostrase escéptico; pero por la vaga explicación que le di, el doctor
comentó que sin duda yo había sido hipnotizado por el homicida y
vengativo demente.
Quisiera poder creerle. Se sosegarían mis
destrozados nervios si dejara de pensar lo que pienso sobre el aire y el
cielo que tengo por encima de mí y a mi alrededor. Jamás me siento a
solas ni a gusto; y a veces, cuando estoy cansado, tengo la espantosa
sensación de que me persiguen. Lo que me impide creer en lo que dice el
doctor es este simple hecho: que la policía no encontró jamás los
cuerpos de los criados que dicen que Crawford Tillinghast mató.
H.P. Lovecraft (1890-1937)